2000

Antonio Gamoneda, entre los 58 Doctores ‘Honoris Causa’ de la Universidad de León

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En el año 2000, Antonio Gamoneda se convirtió en el Doctor Honoris Causa número 19 de la Universidad de León, junto con Antonio Pereira, Eugenio de Nora y Ramón Carnicer.

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Carta de Gamoneda a Agustín Ibarrola (2000)

Publicado en La Crónica – El Mundo (Suplemento de cultura LA CAJA CHINA, viernes 12 de mayo de 2000, pág. 71), con motivo de una exposición de Agustín Ibarrola en León.

DESPUÉS DE TANTOS AÑOS

Querido Agustín:

Es verdad, han pasado muchos años desde nuestros días leoneses. Si no son cincuenta, no serán muchos menos. Hicimos amistad trenzando la juventud, la capacidad de estar alegres en la incertidumbre y la pobreza, una pizca de bohemia y esa otra causa común que aún colea: el pensamiento —y el amor— de la resistencia, la negatividad (desamparada y peligrosa casi siempre, bien lo sabes tú) ante la injusticia y la crueldad, distribuidas entonces por las potencias policiales de la dictadura y ahora (insisto: bien lo sabes tú) por los repartidores de violencias y fraudes que, con otros disfraces, vienen a ser herederos naturales de los que administraban el sufrimiento en aquellos días. En fin, que España no termina de parecerse a como la veíamos en nuestra esperanza. En cualquier caso y casi como entonces, aquí estamos.

Y aquí estás tú, otra vez en León. Me gustaría tener tiempo y ánimo para poner en esta carta recuerdos abundantes que te hicieran sonreír, que las ocurrencias jocosas no faltaron, pero no estoy en vena, y, además, podríamos entrar en indiscreción. Con todo, no me voy a dejar en el tintero algún apunte de tus fatigas financieras leonesas. Eras el tesorero de la terna de vascos. Había que verte, inquieto, casi lívido, cuando, sin saber por dónde ni para qué, Blas desaparecía del grupo (para quien no lo sepa: hablo de Blas de Otero, el poeta grande e imprevisible que venía contigo y con… ¿cómo se llamaba el otro pintor amigo, que se me ha escapado el nombre?), porque la desaparición de Blas significaba que podía reaparecer con un paquete de golosinas en la mano diciendo: ‘Agustín, pasa a pagar’. ¡Qué tiempos! Por cierto: ¿recuerdas tú si logramos vender en León alguna de aquellas láminas en las que, junto a poemas de Blas, había, enteros y verdaderos, fenomenales dibujos tuyos? Andabas entonces, si no recuerdo mal, en línea expresivista.

El tiempo, el tiempo. ¡Cómo se ama lo que se pierde! Merece la pena, a pesar de todo.

Otros días de encuentro tuvimos y no sé si ha habido alguno más. En Madrid, en la que llamasteis ‘Sala Negra’. Por entonces, con el Equipo 57, hacías —hacíais, que la creación era tirando a colectiva— un muy razonable y bello arte normativo, cargado de optimismo histórico. Había niños que trabajaban muy seriamente con vosotros en la misma onda. Me parece estar viendo a Néstor Basterrechea jugando en solitario con una pelota trotando incansable arriba y abajo de la ‘Sala Negra’.

Pero lo más que he sabido de ti en todo este tiempo ha sido por amigos interpuestos y por los papeles. Sé que has tenido que estar ‘a las duras y a las maduras’, y sé, sobre todo, que has sacado adelante una gran obra. Me da la sensación de que, sobre todo en los últimos diez años, tu trabajo va más allá de los géneros y que no es significativo hablar de escultura, de pintura, de…, que todo es uno y lo mismo en la sensibilidad y en su relación con la naturaleza, con el espacio ciudadano, con el producto industrial, con…: una propuesta incesante de conciliación estética y moral, un diálogo en y con la realidad que, en su energía, sigue comportando una forma de resistencia y esperanza. Bueno, pues lo dicho: una obra grande a favor de la vida: Gracias, Agustín, y bienvenida sea la muestra que traes a León.

Espero que los trabajos y los días (ahora estoy pensando en los próximos, en los que de nuevo vas a andar por aquí) no nos juegen malas pasadas; espero que no vengan las fechas armando desencuentros, que tengo ganas de darte un abrazo; un abrazo de los de verdad, no de esos que se ponen al final de las cartas que no sabe uno cómo terminar.