Fernando del Val entrevista a Gamoneda (2010)

Fernando del Val y Antonio Gamoneda. Fotografía: José María García Domínguez.

[Recuperamos una entrevista con Antonio Gamoneda realizada en noviembre de 2010 por el periodista y escritor vallisoletano Fernando del Val y publicada ese mismo mes, en formato digital, en la desaparecida Enclave Revista:]

Gamoneda: «Un poema puede establecer una comunicación diferente con cada persona»

Por FERNANDO DEL VAL

Antonio Gamoneda publica sus memorias, o un primer volumen de ellas. Se titulan Un armario lleno de sombra y están llenas de referencias a lugares y vivencias transcurridos durante su infancia.

¿Qué importancia tuvo para usted escuchar los trenes desde los balcones[1] del Crucero?

—Los balcones fueron un lugar para el espectáculo. De niño, me aportaron serios datos de la vida exterior y la terrible condición de la guerra y posguerra civiles en España. Al principio quizá yo no fuera muy consciente de la gravedad de aquello. Pero acabé siéndolo.

—Contemplaba el ir de los presos camino del Penal de San Marcos. ¿Comprendía que iban a ser ajusticiados?

—Quizá la primera vez que vi una cuerda de presos[2] no tuve información de su significado. Pero con las sucesivas cuerdas que vi, que fueron bastantes y durante bastante tiempo, sí llegué a darme cuenta de lo que aquello traía consigo. Muy claramente, además. Quizá sin el sufrimiento de saber que un espectador de una torpeza histórica, porque yo nazco a la conciencia con la guerra ya en marcha. Por lo tanto, extraña pero comprensiblemente, la guerra era para mí un elemento natural.

—Que aprendiera a leer en un libro de poesía escrito por su padre sorprende por ser en un libro de su padre y por ser un libro de poesía, o sea, alejado de la frase simple –la vaca muge–.

—La razón no fue, ni mucho menos, poética. La razón fue que las escuelas permanecían más cerradas que abiertas a causa de la represión de los enseñantes, que en León fue considerable. Pero hay que distinguir el conocimiento de los signos de su identificación en la escritura –trabajosa y progresivamente adquirido en correspondencia con la representación sonidos–. El lenguaje de aquel libro no me producía extrañeza ni sobresalto, aunque no fuese el coloquial. Hay una razón: para los niños todo es un descubrimiento. La existencia de otro lenguaje no me desconcertaba ya que era el único que conocía.

—Las escuelas, más cerradas que abiertas. Una buena metáfora del conocimiento clausurado.

—Bueno, yo no pensé que aquello fuera significativo. Yo sentía la frustración de no poder asistir a la escuela, y me busqué suplirla como pude. Más tarde, en los dos, tres, años posteriores, las escuelas empezaron a abrirse, cuando yo era ya consciente de la causa que originó no haber podido ir a la escuela.

—Si somos lo que fuimos de niños, ¿qué clase de personas dejó la represión franquista?

—Pues… efectivamente… está bien pensado el criterio incluido en la pregunta. Yo tengo que decir que la familiaridad con la represión me hizo especialmente sensible desde pronto a las nociones de injusticia, crueldad y presencia de la muerte.

—La poesía, ¿comunica algo?

—… Sí. Pero es una comunicación que precisa de manera decisiva la participación del lector. Podríamos decir, generalizando, que un poema puede establecer una comunicación diferente con cada persona.

—La poesía, ¿se llega a percibir físicamente?

Físicamente puede ser una palabra válida, pero, más, sensiblemente. La condición específica del lenguaje poético es que es antes sensible que inteligible. O, dicho de una manera más suave, es inteligible en condiciones de sensibilidad porque se desprende de un lenguaje interior, que puede convertirse en exterior, capaz de dimensión musical perceptible.

—El alzamiento le obligó a trasladar su residencia a León. ¿Añora la vida que no pudo desarrollar en Asturias?

—Viví en Asturias muy poco. Un tiempo insuficiente para originar nostalgia. No obstante, cuando voy a Asturias sí me siento identificado con lugares y personas.

—En qué momento creativo se encuentra Antonio Gamoneda a noviembre de dos mil diez.

—De paralización ocasionada por los viajes. Tengo una carpeta llena de garabatos hecha en aeropuertos, trenes y aviones que no sé qué es. Puede que lo averigüe con el tiempo. Hay algo iniciado que podrían ser dos cosas: un libro de poemas y la organización de unos ensayos derivados de conferencias, entrevistas, etcétera. Pero está paralizado. Puede tomar cualquier camino o ser descartado.

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NOTAS:

[1] “Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres cenceños (…) Eran hombres lentos”, Lápidas. “Pasaban bajo mis balcones. En algún lugar he escrito que el frío de sus hierros no cesará nunca en mi rostro (…) Los presos iban esposados –o atados, no lo sé bien– de tres en tres; el del centro habría de ser el que más tenía que sufrir”. Un armario lleno de sombra.

[2] “Sucedían cuerdas de prisioneros; hombres cargados de silencio y mantas (…) sentían la humedad del río antes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos de mi ciudad avergonzada (…) la melancolía entra en los patios (…) junio en los ríos extendidos como sucias espadas”. Lápidas.

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