
Antonio Gamoneda en la revista Epicuro.
El óxido desprendido de la boca
Por ROGELIO BLANCO MARTÍNEZ
[Publicado en la revista Epicuro que dirige Aurelio Loureiro, el 15 de diciembre de 2018]
En 1931 nace Antonio Gamoneda en Oviedo. En 1934, huérfano de padre, se traslada a la ciudad de León.
Hijo único, llega junto a su madre a la capital leonesa para habitar con la necesidad material y la condición asmática de la madre, situación que se agrava en el clima de violencia prebélico del momento.
Con los escasos recursos disponibles más un libro, Una más alta vida, escrito por su padre y sobre el que el niño, “Toñín”, aprenderá a descifrar y unir letras, a leer; la familia ocupará una vivienda en la Carretera de Zamora de la ciudad del Bernesga.
Con lo que aporta la madre, modista por cuenta propia, sobrevive la familia. Entre la necesidad y el miedo, entre la pobreza y la muerte “yo nací a la conciencia en 1936. Desde mis balcones podía verse la represión (…), los preparativos, los miedos, los gritos de los familiares, la sangre en la calle”. Tras el óxido de las barras protectoras del balcón del domicilio familiar observa las cuerdas de presos que con paso cadencioso, cabizbajos, avanzan hacia la cárcel instalada en San Marcos y, muchos, al exterminio. El niño “Toñín” conoce la humedad del terror, el frío de la aniquilación en una España; en la que, al decir de Miguel Hernández, abundan más los ríos de sangre y las sementeras de cadáveres que las cosechas de trigo. Las cuerdas de hombres destilaban olor a grisú y a tierra estercolada, eran mineros y agricultores que caminaban como rebaño de corderos al ara del sacrificio. Su delito era, en la mayor parte de los casos, defender la libertad y una República legítima.
“Las lágrimas del cerebro discurren por el corazón”, nos dice Leonardo Da Vinci y será desde este espacio desde el que arranca la sensibilidad creadora de Antonio Gamoneda. La memoria, la brega contra el olvido y el reconocimiento de que lo que no alcanza la tradición, es poesía, o una manifestación inquietante que pregunta. Y toda pregunta reverbera una inquietud y la expresión de una intimidad. “Mi tipología de escritos –declara– ha de ser la que pueda darse en la suma de unos componentes históricos y biográficos que son, más o menos, los siguientes: la pobreza familiar, escasa escuela pública y contemplación inocente de la crueldad y la miseria moral de la guerra y de la posguerra militarizada (…) las lecturas nada selectas; trabajos desde la niñez en niveles inferiores. Estos son los niveles culturales primarios. A continuación, con la vocación poética ya descubierta, estudios accidentales y lecturas tirando a imprevisibles, nada de viajes educativos, y jornadas laborales de doce horas, menos los domingos que sólo hacíamos tres”.

