Pacho Rodríguez

Gamoneda en Diario de León: «Reescribiré todo lo que pueda»

Por PACHO RODRÍGUEZ
Publicado en Diario de León el 20 de diciembre de 2022

Hay una reunión en León tan secreta que sus participantes, conscientes de ello, la hacen sin esconderse, a la vista de todos, de día y al calor del vino de la lucidez. Como un reincidente, se trata de ir con complejo de intruso, como aquella vez al Café Gijón a ver a Manuel Vicent tal cual se saluda a un delantero centro de la literatura. Pero esa es otra historia. ¿Quién no lo ha hecho cuando la magia de leer a alguien es un arrebato? Hay veces que sería pecado no pecar y hay que ir. Aquí, el delantero centro con olfato goleador y saboreador es el poeta Gamoneda. Controla y dispara con precisión. Se entra por la rendija de la generosidad de los demás participantes y se llega al lugar exacto. Ahí están Antonio Gamoneda y Alejandro Vargas. Solos o en compañía de otros.

Libro del frío cumple 30 años y Galaxia Gutenberg lo celebra con una reedición acompañada por un prólogo de Tomás Sánchez Santiago. Y ahí están los versos eternos de este libro clave en la trayectoria del poeta nacido en Oviedo en 1931. Deslumbrantes: Hubo un tiempo en que mis únicas pasiones eran la pobreza y la lluvia. / Ahora advierto la pureza de los límites y mi pasión no existiría si supiese su nombre.

Cumple años este libro en estos tiempos en los que si lo que ha pasado no ocurrió hace 30 es que pasó antes. Pero hay en Gamoneda algo que avanza desde el matiz. Presenta Galaxia la nueva publicación: Libro del frío. Y localiza el tiempo: 1986-1992, 1998, 2004 y 2016. Y surge entonces un Antonio Gamoneda que, ante la pregunta de cómo recordaba el libro, ayer mismo decía: «Yo no he sido de releerme. Pero ahora estoy empezando a releerme. Releerme para reescribirme», anuncia. «Y aunque no tenga ninguna prisa por irme, os voy a dejar un barullo…», remata. «Que casi no se sepa por dónde tirar», sentencia.

Como eche la vista (en este caso la lectura) atrás, hay material de tanta potencia que le resultará fácil acertar pero difícil elegir. Aún así, asegura Gamoneda que «reescribiré todo lo que pueda. Inédito, escrito y reescrito», añade, como si deseara ejercer una mirada panorámica en donde se intuye que más que un reordenar su obra se trata de alcanzar la coherencia del tiempo y el yo.

Porque cuestiona el autor de Edad, Sublevación Inmóvil o Blues castellano: «¿Qué tienes que ver con el que eras hace 35 años? ¿Por qué exigirle a tus obras lo que no eres capaz de sostener cuando el tiempo ha pasado?», se pregunta y, por supuesto, la respuesta queda en el viento de la propia intención de Antonio Gamoneda como cosa suya. Asunto suyo será: «Yo he dejado de ser yo y empezado a ser otro tantas veces…», asegura.

Tal vez, cuestionar el porvenir tenga en el pasado la mejor materia prima, pero en el caso del Antonio Gamoneda vital, el de ayer, la mejor fórmula está en el presente. Porque no olvidemos que esto era una reunión secreta a voces calmadas. Vega, Escobar, Amancio, Artigue… artífices también de esta fusión generacional. Un lugar privado para aprender cosas serias: «El orden es este: El vigilante de la nieve, la tortilla y el taxi». Será cuestión de poner en su lugar las prioridades para encontrar a día de hoy a un pletórico poeta Antonio Gamoneda en su edad. Presentarlo así con el optimismo de quien cultiva la curiosidad y la amistad. Un premio Cervantes, el más alto de las letras españolas, que aún prefiere la alfombra real de las calles de León.

:: En palabras de Sánchez Santiago

‘Esto era el destino: llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua’. Destino, borde, quietud… A la creciente perturbación de una lectura sostenida en un itinerario de dolorosa vehemencia se une, seguramente sin sospecharlo el poeta, una de difícil serenidad que también ha de empañar a quien ha sentido mientras leía una de esas experiencias que nos revelan a la vez nuestra fragilidad insoportable y la fortaleza que pasa por aceptarnos irremediablemente como criaturas intermedias, suspendidas entre el absoluto de dos vacíos sin nombre. Así volví a sentirme treinta años después, restregado el corazón de nuevo contra este relato nebuloso y atroz y de erizada hermosura que es ‘Libro del frío’. En él, alguien sigue avanzando con sigilo hacia una luz final sin desprenderse de aquello que en la vida le salió al paso y aún continúa resonando con interior estrépito incesante.

Crónica de la presentación de ‘Extravío en la luz’ en el CBA (2009)

El poeta Juan Carlos Mestre, el Cervantes leonés Antonio Gamoneda y su hija, Amelia, durante la presentación en el CBA.  Fotografía de RAQUEL P. VIECO

El poeta Juan Carlos Mestre, el Cervantes leonés Antonio Gamoneda y su hija, Amelia, durante la presentación en el CBA. Fotografía de RAQUEL P. VIECO

El invocador y existencial «Extravío en la luz»
llenó el Círculo de Bellas Artes

Amelia Gamoneda, hija del poeta, calificó de
«ruido de oficinista» la labor creativa del maestro

Por PACHO RODRÍGUEZ
para Diario de León (28 de enero de 2009)

Antonio Gamoneda presentó ayer en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, Extravío en la luz, un libro en el que comparte protagonismo con Juan Carlos Mestre, autor de los grabados que incluye la publicación, y con su hija Amelia, que escribe un cercano prólogo que hace aún más especial este poemario editado por Casariego. Y Madrid, una ciudad que adora a Gamoneda, respondió con un lleno absoluto de la sala María Zambrano, en un edificio que es el epicentro cultural de la capital, y ávido de la poesía invocadora y existencial del poeta.

Con tanto afecto, el poeta leonés dio paso a su socarronería y se quejó, y lo que logró fueron las sonrisas y hasta risas de los asistentes, que descubrieron el lado más cercano del autor de obras ya emblemáticas como ‘Arden las pérdidas’ o ‘Libro del frío’. Pero como de lo que se quejaba era del exceso de cariño, lo que hubo en sus palabras fue agradecimiento encubierto. Esa satisfacción le vino de palabras como las pronunciadas por su hija, quien deleitó a la concurrencia al contar que, «en mi memoria de siempre, es un hombre que escribe. O, mejor dicho, un hombre que trabaja con la escritura». Y lo ilustró de una manera bien descriptiva: «Su ruido de escritor es el de un oficinista», afirmó. Un ruido que asoció generacionalmente «al sonido de las máquinas bordadoras» como el que hacía con ese trabajo su abuela.

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