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Violeta Serrano
23-D / Gamoneda presenta en Astorga el primer poemario de Violeta Serrano
Antonio Gamoneda presentará el primer libro de poemas de Violeta Serrano, ‘Camino de ida’, con presencia de la autora, este viernes, 23 de diciembre de 2016, a las 20,30 horas, en la Casa Panero (Astorga). Intervendrán el alcalde de la capital maragata y miembros de la Asociación de Amigos ‘Casa Panero’.

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Violeta Serrano, natural de Astorga, estudió en el IES de Astorga, prosiguió sus estudios en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la ‘Torcuato di Tella’, de Buenos Aires. Actualmente es codirectora de Postgrado Internacional y directora de la revista cultural ‘Continuidad De Los libros’, en la capital argentina.
Camino de ida, su primer poemario publicado, es un texto dividido en tres partes (fugas) que explora los límites del desarraigo y que describe la división inevitable del emigrante. Y es también un homenaje a dos poetas que Violeta Serrano admira profundamente: Leopoldo María Panero y Juan Gelman.
Cuando se fue a Argentina, hace tres años y medio, Violeta Serrano llevaba en la maleta una entrevista recién hecha con Antonio Gamoneda, que consiguió publicar en la primera página del suplemento cultural de La Nación, el periódico más importante del país (haz un click):
«Antonio Gamoneda: el poeta de las cosas simples» / Una entrevista de Violeta Serrano para el diario argentino La Nación (2015)
[Reproducimos una entrevista de Violeta Serrano con Gamoneda publicada el 2 de enero de 2015 en el diario argentino La Nación, en la portada del suplemento ADN Cultura]

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Antonio Gamoneda: el poeta de las cosas simples
Distinguido con el Premio Nacional de Poesía de España y con el Cervantes, es una de las voces literarias más destacadas de su tierra. En esta entrevista repasa su historia, marcada por la tragedia familiar, la pobreza y el franquismo, reflexiona sobre el lenguaje poético y confiesa que la vida le parece «un extraño accidente»
Por VIOLETA SERRANO
Antonio Gamoneda le pide a su mujer que lo inyecte el día que cumple cuarenta y cinco años. Amelia Lobón se resiste. Te va a hacer mal, le advierte. Y él responde: «Entonces, tendrás que prepararte para verme sufrir». En un gesto de respeto y amor, dieciséis milímetros de Pantopón, la rosa líquida, entran por las venas del enfermo terminal y éste se duerme. No se despertará más. Deja un libro de poesía publicado en 1919, Otra más alta vida. Para su hijo, que entonces tiene apenas un año de vida, será el primer acercamiento a la lectura, pues es una de las pocas cosas que su madre va a poder llevarse consigo en su mudanza a León.
Viuda y con problemas de salud, decide dejar la humedad de Asturias, al norte de España, por un lugar más seco, interior, alejado de la proximidad y la bravura del mar Cantábrico. Descienden entonces, madre e hijo, 120 km de mapa con lo justo y necesario para ensayar una supervivencia mísera. Estamos en 1934 y a la Guerra Civil Española sólo le quedan dos años para estallar. Cuando eso sucede, en 1936, Antonio Gamoneda Lobón es un chico de apenas cinco años de edad. Vive ya en una zona marginal, de la periferia de León capital, al noroeste de España, en la margen derecha del río Bernesga, en la antigua carretera de Zamora, al número 4. El tono del llamado Barrio de la Sal es negruzco y las escenas que allí se generan, vergonzosamente normales. León ha caído en manos de los nacionales, de los militares rebeldes a la República, engañando a los mineros asturianos del norte. La ciudad sirve de sede a la Legión Cóndor y es, toda ella, un inmenso penal. La cárcel más grande, la misma que en el siglo XVII albergara al mismísimo Francisco de Quevedo, es la de San Marcos –hoy, irónicamente, un parador de lujo galardonado con cinco estrellas– y, casualmente, para llegar hasta ella es necesario pasar por delante de la carretera de Zamora. Un niño encaja su rostro contra los barrotes del balcón, siente el frío mientras ve pasar filas de hombres, atados por una cuerda, de tres en tres. Jamás ve hacer a ninguno de ellos el camino inverso. En las madrugadas escucha con nitidez los gritos amarillos de las mujeres que observan impotentes cómo se llevan a sus maridos. Las azoteas tienen entonces las luces encendidas. Los barrotes aún están pegados a la cara de ese niño; su frío vive en él.

