Entrando por este enlace a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes podrás descargar el pdf con el estudio crítico de Esperanza Ortega titulado «La música de la oscuridad. Antonio Gamoneda», en edición digital a partir de lo publicado en Campo de Agramante: revista de literatura, núm. 5 (otoño 2005), pp. 101-114.
Revista «Campo de Agramante»
Una larga entrevista con Gamoneda en la revista ‘Campo de Agramante’ (2008)
[Entrevista publicada en la revista Campo de Agramante. Nº 10, Otoño-Invierno de 2008. Una publicación de la Fundación Caballero Bonald, Jérez de la Frontera, Cádiz]
ANTONIO GAMONEDA: «EN LA POESÍA ES EL LENGUAJE EL QUE GENERA PENSAMIENTO»
UNA CONVERSACIÓN LARGA Y CON PAUSAS SOBRE SU POESÍA
Por TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO y ELOÍSA OTERO
Si todo escritor es ya un espacio en sí mismo –un espacio alzado y acotado con palabras–, hablar del espacio real donde se desenvuelve la vida habitual de Antonio Gamoneda se hace aún más obligado, en especial cuando se ha conocido su casa, a un paso de la propia catedral de León pero con una vocación claustral que deja al visitante una sensación definitiva de apartamiento, de insólita lejanía que pone al exterior menos inmediato y de espaldas, y que encaja muy bien con esa voluntad personal de retiro, de “retracción”, a la que tantas veces se ha referido el poeta. Y es que una vez abierta la estrecha puerta verde y traspasado el pequeño patio –casi un imprevisible estanque de cemento con una pequeña lágrima de arriates, un microcosmos vegetal y la majestad de un árbol caballero, un lauroceraso, que se asoma a la calle por encima de la tapia– pareciera que se ha evaporado por ensalmo el ritmo de afuera para entrar en otra clave vital, la de quien nunca se dejó sujetar del todo por las supuestas obligaciones civiles de un poeta de ciudad. O “un poeta de barrio”, como él mismo ha querido decir más de una vez. Todo sigue, pues, ahí afuera a la mano, sí, pero ya tan lejos…
Esta es la crónica de una entrevista discontinua, un si-es-no-es de hilván frágil, una conversación llena de poros, abierta y enterrada entre sucesos –viajes, ausencias, desencuentros de fechas– que no ayudaban a terminarla fácilmente. Como la propia escritura de Gamoneda, se hizo necesario revisar más de una vez lo recogido en las grabadoras para de nuevo reacomodarlo, imantarlo en el presente. Todo comenzó a finales de julio y sólo se acabó de resolver totalmente en diciembre. Ya este juego de desajustes —la luz, el frío, los propios avatares del entretanto, los nuevos episodios viajeros contados como divertimentos que rompían cualquier gravedad— ha hecho que todo se inunde de cierta irrealidad. Escuchar en la grabadora a las puertas del invierno una algarabía de aves y campanas alborotadas del verano contribuyó asimismo a ello.
