[Este artículo de opinión se publicó en el periódico semanal Gente de León dividido en tres columnas sucesivas (con el título de «Apuntes de un peatón»), aparecidas entre el 30 de noviembre y el 14 de diciembre de 2007. Lo firma Alberto Pérez Ruiz (Logroño, 1935 – León, 2014), quien fue sacerdote (luego secularizado), profesor de matemáticas (en 1977 llegó a Catedrático de la asignatura en el instituto de Valencia de Don Juan) y, más tarde, alcalde de Valencia de Don Juan por el PSOE (de 1979 a 1995) y presidente de la Diputación de León (de 1984 a 1991).]
ANTONIO GAMONEDA
(1, 2 y 3)
Por ALBERTO PÉREZ RUIZ
El pasado día 22 de noviembre, en el Ayuntamiento de León, se nombró Hijo Adoptivo de la ciudad al insigne poeta Antonio Gamoneda en un acto del que se pude pensar que se ha dicho y escrito todo pero que presenta dos aspectos que merecen ser comentados en ésta y en alguna otra columna posterior.
El primero es que fue algo distinto y original, y no sólo en el aspecto formal en que la música jugó un gran papel central incluyendo una emotiva versión del himno de León. La acertada introducción de la concejala responsable de la ceremonia y el discurso del alcalde ilustrado con la reproducción sonora de la voz del poeta grabada en el año 1979 fueron un digno preludio para las palabras del homenajeado, nada convencionales sino muy espontáneas, sentidas y duras en su crítica a una sociedad que ha tardado tantos años en ver en una lápida una toma de postura distinta de la oficial sobre el cruel enfrentamiento que nos dividió a los españoles hace tres cuartos de siglo y cuyos recuerdos quedaron grabados en su memoria en los años de su infancia vividos en el barrio del Crucero.
Quería también decir que los motivos que tenía el Ayuntamiento para saldar en nombre de la ciudad la deuda que tenía con tan ilustre personaje, los tiene en mayor medida si cabe la Diputación provincial a cuyo servicio estuvo durante más de veinticinco años en unas condiciones manifiestamente injustas aunque esa situación de injusticia fuese producida principal y paradójicamente por causa de la «Justicia». No sé si estaré equivocado al pensar que la Diputación debería haber estado más presente en el emotivo acto del Ayuntamiento. Se habló en su día de un homenaje e incluso se daba la fecha de la fiesta conmemorativa de la Constitución que anualmente se celebra en el Palacio de los Guzmanes. Sea en esa o en otra ocasión, creo que también la provincia debe un reconocimiento público a quien está llevando el nombre de León por todos los países de habla española y que además, a pesar de las circunstancias nada favorables que le tocó vivir en ella, tanto y con tanta eficacia trabajó en el seno de la Institución leonesa más representativa.
(2)
En la columna anterior aludíamos a algunas cuestiones relacionadas con el homenaje que el Ayuntamiento de León dedicó el día 22 de noviembre al premio Cervantes de 2006 y que consistió en el nombramiento de hijo adoptivo de León. Creo que hubo dos alusiones que pudieron dejar intrigado al lector porque quedaron insinuadas pero no suficientemente aclaradas. Una se refería al trabajo de Antonio Gamoneda en la Diputación provincial. Decíamos textualmente que allí «estuvo durante más de veinticinco años en unas condiciones manifiestamente injustas aunque esa situación de injusticia fuese producida principal y paradójicamente por causa de la Justicia». El que hoy es una figura de las Letras cuya valía es internacionalmente reconocida, fue contratado por la Diputación provincial allá por el año 1970 y designado después para ocupar la más alta responsabilidad en los Servicios Culturales de la Institución. Una impugnación judicial interpuesta por otra persona que se consideraba con más derecho para ocupar la plaza por tener mejor titulación académica, privó a Gamoneda de la misma y fuimos cuatro los presidentes que intentamos, sin el deseado éxito, resolver una situación que para todos era injusta menos para los que tuvieron la responsabilidad de decir la última palabra, llegándose a la contradicción de que los trabajos más importantes le eran encargados al único en cuya capacidad confiábamos sin que ésta capacidad se correspondiese ni remotamente con el puesto administrativo que ocupaba y tampoco, claro está, con las retribuciones que recibía.
Y esta situación, por muchos esfuerzos que hicimos por resolverla, solamente se pudo paliar en parte dado el cúmulo de dificultades que se interponían y a causa también del elemental respeto que entonces se tenía a la hora de cumplir la normativa legal, respeto que parece haber disminuido o casi ya desaparecido.
Pienso que lo dicho habrá sido suficiente para que el lector haya entendido la deuda de la Diputación a la que nos referíamos la semana pasada.
El otro tema queda para la próxima semana.
(y 3)
Quedaba por aclarar otro de los aspectos que pudieron dejar un poco intrigados a los lectores de la primera columna que dedicamos a Antonio Gamoneda hace dos semanas. Nos estamos refiriendo a la alusión que hacíamos a la lápida que el Ayuntamiento ha colocado en la casa donde pasó los años de su infancia. Transcribimos a continuación el texto de la misma ampliado con el párrafo que se omitió para no alargar en exceso la inscripción. La parte de texto omitida aparee en cursiva y todo él es un fragmento de la obra LÁPIDAS editada en 1986: «Sucedían cuerdas de prisioneros; hombres cargados de silencio y mantas. En aquel lado del Bernesga los contemplaban con amistad y miedo. Una mujer, agotada y hermosa, se acercaba con un serillo de naranjas; cada vez, la última naranja le quemaba las manos: siempre había más presos que naranjas.
Cruzaban bajo mis balcones y yo bajaba hasta los hierros cuyo frío no cesará en mi rostro. En largas cintas, eran llevados a los puentes y ellos sentían la humedad del río antes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos de mi ciudad avergonzada».
Nunca he entendido por qué cuando se habla de estos temas en seguida se agita el fantasma del temor a «reabrir heridas». No se trata de eso aunque también a veces las heridas deben reabrirse para ser curadas. Se trata del legítimo derecho que tenemos todos los españoles de conocer nuestra historia y aprender de ella. No se entiende por qué puede haber miles de lápidas por un lado y se tenga que tardar setenta años para colocar una diferente y eso amparados en la autoridad de un hombre de prestigio internacional.
Y además es evidente que en ninguna de esas lápidas que han llenado o llenan todavía las fachadas de las iglesias y las plazas de nuestros pueblos se puede percibir la belleza, la emoción, la ternura y el respeto a la vez dolorido y crítico que respira la lápida dedicada a Antonio Gamoneda, escrita con sus propios versos, y colocada desde el pasado día 22 en la casa donde vivió aquellos años tan vivos en su memoria.

Gamoneda y su esposa, María Ángeles Lanza, bajo la placa en la casa de la calle Dr. Fleming (León). Foto: Jesús / Diario de León.
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*NOTA desde Faro Gamoneda:
Cuatro días después de que Antonio Gamoneda recogiera el Premio Cervantes en la Universidad de Alcalá de Henares, el pleno de la Diputación de León aprobó por unanimidad (el 25 de abril de 2007) la concesión de la Medalla de Oro de la Provincia al poeta, tanto por su aportación al desarrollo de la vida cultural leonesa, como por su obra literaria. En la moción, firmada por el entonces presidente de la Diputación provincial, Javier García Prieto (PP), se justificó esta iniciativa en la aportación del poeta «al desarrollo de la vida cultural leonesa a lo largo de su vida laboral en la Diputación de León y en otras instituciones».
Tres meses después, en julio de 2007, llegó a la presidencia de la Diputación provincial Isabel Carrasco. La entrega de la Medalla de Oro se demoró, inexplicablemente, todavía quince meses más, hasta que el poeta la recibió un 31 de octubre de 2008, un año y medio después de que la institución hubiese aprobado su concesión.